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Yo que digo todo que no tengo misterios con nadie hace tiempo que pienso y no he podido entender cómo es eso de callarse para parecer interesante retener la intriga en la mirada de soslayo como tú, mujer de escasas palabras En el reverso de una factura, durante una noche blanca de celebración en la capital de la muerte, te extrañe contra tres mil trescientos treinta bolívares. Añoré tu maltrato, tus loqueras, nuestro desencuentro. |
Hoy hablé con una mujer que me puso vertiginoso con sus finales de palabra roncos, sus ¿por qué? -pausa- yo no muerdo de tigresa trajeada de negro con rayas grises que marcan sus curvas en mi memoria mientras esquivo frases y automóviles bajando al valle por la carretera panamericana. Leyendo poesía por las autopistas de la capital sin ver el camino hablando como loco de cosas irresponsables irracionales prohibidas. -Quiero ir a Rusia luego agregó en voz baja -contigo A uno lo matan como un perro y en vez de echar sangre, echa las palabras que nunca dijo. |
Cambiaron mi corazón por una papa y es por eso que ahora nada me importa cambiaría mi oficio por el de un carnicero un degollador de cerdos gritones hombre en delantal bañado en sangre con el corazón vuelto un tubérculo. En el intersticio de los asientos una morena lee un instructivo para emigrar a Barcelona. Pavese en mis manos da vida a los árboles en los torrentes del Po. Por debajo del puente Veracruz pasa un río también. A los lados del puente Veracruz también hay árboles sujetando del infinito a la ciudad. Caracas también es una selva, al Ávila y a mí nos gusta la residencia y a veces nos encontramos y a mí siempre se me olvida decirle: quiero verte aparecer sobre edificios, tocando cielo, rompiendo nubes, hasta que muera. Los edificios de oficina esas fábricas inmensas de mujeres lindas han decidido despachar toda la producción mientras el resto potenciales poetas del vértigo miramos asombrados en las aceras. |
Mantis. Mujer epifánica. Seis religiones te describen No te pongas sentimental con los vagabundos. Cada quien adapta la fe a sus actos diarios, a sus culpas no confesas. Chacao es un hervidero de preocupación y algarabía en los rostros sudorosos de la gente. En la panadería, un hombre visiblemente invertido me invita a gastar su sueldo comenzando por un chocolate caliente, me odia cuando declino su oferta. Los tipos sentados en las aceras vestidos de nylon me miran a los ojos. Un policía lleva las manos ocupadas con la compra del día. En el metro me observan consternados mientras escribo, como si garabateara en la libreta con una ardilla muerta. Dentro de poco termina la última jornada el ronquido del motor me dormirá este tedio contra la ventana. Llegaré y todo estará quizás un poco más antiguo más derrotado, más cubierto de este polvo que son las cenizas del tiempo. |
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el fósforo que tienen en sus manos puede ser una idea